Cómo torcer y cómo enderezar la comunicación en nuestras familias
“Las cosas peores se hacen siempre con las mejores intenciones”
Oscar Wilde
Una de las principales causas de conflictos con la pareja, familia o amigos, se debe a errores en la comunicación. Usualmente surgen teniendo las mejores intenciones, y por tanto, no se identifican y tampoco se corrigen.
Frecuentemente, las discusiones se centran en saber quién tiene la razón sobre algún asunto, olvidando que, como diría Giorgio Nardone, “cuando se dialoga con una persona importante para nosotros, el objetivo no es vencer haciendo perder al otro, sino vencer juntos.” Para esto buscamos conectar y no enfrentar.
Nardone en su libro “Corrígeme si me equivoco” (2012) nos presenta los ingredientes para hacer fracasar la comunicación, generando discusiones, fricciones, motivos de enfado y rechazo. Siguiendo la lógica del estratagema chino: “si quieres enderezar algo, primero aprende a torcerlo más”, si identificamos estos errores en nuestras relaciones familiares, podremos reconocerlos para luego corregirlos.
A continuación, menciono estos errores de comunicación fatales para nuestras relaciones, para después plantear la propuesta de solución desde la terapia breve estratégica, con ejemplos que podemos aplicar con nuestros hijos, pareja, amigos, colegas, etc.
- Puntualizar: Detallar sensaciones, emociones, condiciones para tener todo bajo control y programar lo mejor posible la relación, es una forma de fastidiar al otro y más que generar cooperación, le den ganas de dar la contra o salir huyendo. Aquí vemos cómo generar un comportamiento super racional genera resultados irracionales.
Un ejemplo sería la mamá que da demasiadas instrucciones al hijo, detallando extensamente lo importante que es para su desarrollo llevar a cabo determinada conducta, sentirse de determinada forma, entre otras muchas indicaciones minuciosas ante las cuales el hijo se siente perdido, sin ganas de cooperar y deseoso de salir corriendo.
- Recriminar: El señalar las culpas del otro, aunque parezca una forma legítima de aclaración, provoca en el acusado reacciones de rebeldía. En vez de poner la atención en las conductas, al erigirse como juez del otro, se coloca la atención en la esfera emocional donde prevalece el rechazo y la rabia.
Por ejemplo, un padre que recrimina al hijo que no recoge su cuarto, diciendo que es un flojo y debería parecerse más a su hermana puede generar automáticamente rechazo. Aquí el tema del orden pasa a un segundo término, pues con el ataque a la relación, se alejan de la solución.
- Echar en cara: Al buscar provocar culpa, el “echar en cara” exacerba más que reduce lo que se quiere corregir. Aquí aplica la aseveración de que quien se coloca como “víctima” construye sus “verdugos”. Esto promueve que el ciclo de una solución que no llega a buen puerto se active y lleve una mayor infelicidad para todos.
Un ejemplo es la madre que echa en cara a los hijos lo egoístas que son y lo poco que ayudan mientras ella trabaja incansablemente todo el día. Esto provoca que el hijo rechace o ataque y la madre refuerce la posición de víctima que ella misma ha construido.
- Sermonear: Esta forma que viene del ámbito moral o religioso que toman como base el bien y el mal. Como todo que se censura, al ser predicado con rigidez, hace que se encienda el interés por lo prohibido y tome más fuerza. Además, usualmente los sermones son largos y se quedan en el plano verbal y no genera un cambio concreto en la conducta.
En el caso de una hija adolescente que falta a clases, el sermón sobre lo inmoral que resulta tirar el dinero de la colegiatura, sin atender a las causas, puede generar desconexión y mayor desmotivación para cambiar la conducta.
- “¡Te lo dije!”: Decir cualquier variante de esta frase, como “Yo ya lo sabía…”, “no me quisiste hacer caso y ¿ves? …” genera una gran provocación, irritación y vergüenza y hace que proyecte toda la carga que ya tenía a causa de su error hacia quien le hace el comentario.
Un reclamo de este tipo a un niño que rompió un plato generaría solo que diga “¡Pero no fue mi culpa! La mesa está en el camino, y ese plato estaba mal puesto. Tú siempre dices que hago todo mal.” Esto alimenta la escalada emocional y el que el niño se sienta incomprendido y atacado.
- “Lo hago solo por ti”: Con esta declaración de sacrificio unidireccional se genera una deuda y la inferioridad del otro, que es objeto de esa “generosidad” que nunca se solicitó. En este sentido, un acto altruista declarado, se transforma en una maniobra egoísta para recibir reconocimiento.
Es común que los padres expresen esta frase con relación a su trabajo para mantener a la familia, lo que genera culpa en los hijos, que luego no disfrutan igual lo que reciben por la carga emocional tan pesada que conlleva.
- “Deja, ya lo hago yo”: Es una descalificación disfrazada de gentileza. Una ayuda no requerida no sólo no ayuda, sino que perjudica la confianza y autoestima, pues da el mensaje de “déjame hacer a mi porque tú no eres capaz”.
Como en el caso de un niño que tarda mucho en atarse las agujetas y la mamá interviene impaciente con un “deja, ya lo hago yo”, generando una sensación de frustración y desánimo.
- Reprobar: Es un mensaje en dos partes, primero una felicitación y luego un comentario en el que se afirma que se hubiera podido hacer mejor, más o que aquello no es suficiente. Una estocada fatídica al corazón de la relación.
Es como cuando una niña llega a regalar a su papá una manualidad en la que puso mucho esfuerzo y él contesta “está muy bonito, pero no escogiste muy bien los colores y aquí veo que te equivocaste”. El poner la atención en los errores más que en el esfuerzo y en lo logrado, hace que se sienta decepcionada y sin ganas de volver a compartir su esfuerzo.
Volvernos rígidos en una postura frente al otro y no aceptar nuestros errores de percepción, es la manera más fácil de perpetuar los conflictos. Mientras tengamos en cuenta el mayor número de puntos de vista, podremos ser más creativos para encontrar las soluciones.
Como decían ya los sofistas en el s. V y IV a.C. “la realidad no es nada más que el lenguaje que utilizamos para comunicarla y comunicárnosla”. Poniendo nuestra atención en cambiar el lenguaje, podremos reconstruir para mejorar nuestras relaciones.
Se trata de hacer equipo con el otro. Una alternativa es a través de un diálogo donde se hagan preguntas inteligentes destinadas a comprender al otro e ir llegando a acercar las posturas de ambos.
Los ingredientes necesarios para mejorar una relación importante para nosotros son:
- Preguntar antes que afirmar. “Si quieres obtener, empieza preguntando en vez de proponer”. Si un hijo llega con una mala cara, preguntar sin asumir “¿cómo estás?”, “¿tuviste un mal día?” es más efectivo que afirmar “te fue mal, ¿verdad?” o “otra vez llegas con mala actitud a la comida”. Las preguntas abiertas, sin juicios, que continúen con una escucha activa de parte de nosotros, explorando y acompañando, crearán un clima de colaboración. Tener una posición de humildad y no dando ninguna idea por sentado, podremos guiar la plática con preguntas basadas en una curiosidad sincera por su bien. Además, confirmando si lo estamos entendiendo, lo animarán a compartir y a sentirse más cerca y seguro.
- Pedir confirmación antes que sentenciar. Después de recibir respuestas a varias preguntas, sin interrumpir, conviene parafrasear para asegurar haber entendido. Si el hijo nos explicó el porqué de su mal día, podemos devolver un comentario que muestre nuestra comprensión y empatía con sus emociones. “Es muy duro pelear con un buen amigo. Me imagino lo triste que te sientes…” Si se llegó a una conclusión, esta cooperación sirve para anclar lo acordado. “Me parece muy valiente de tu parte querer dar el primer paso para resolverlo, ¿cómo te sientes con esta decisión?”. Esto construye una serie de pequeñas alianzas enfocadas a acciones concretas que llevan al cambio constructivo de la situación problemática.
- Evocar antes que explicar. Más que comunicarnos con razonamientos, buscamos evocar con el lenguaje a través de metáforas o analogías, incluso referencias a cuentos o películas, las sensaciones y emociones que nos provoca la situación. Este recurso constituye una forma potente de persuadir al otro. Si decimos “tener un problema con un amigo es como tener una espina en el zapato. Puedes ignorarla y seguir caminando, pero cada día dolerá más y se puede infectar la herida. Es de valientes detenerse, quitarse la espina, aunque cueste enfrentarla”. Una aseveración así nos provoca una clara sensación del mensaje.
- Actuar antes que pensar. Para obtener un cambio real, no solo hay que entender sino ser capaz de actuar de modo diferente. El diálogo deberá llevar a encontrar una serie de acciones conjuntas que garanticen el cambio. Puede empezar revisando lo que se intentó en el pasado para ahora probar algo diferente. En el ejemplo anterior, puede ayudarse así al niño a encontrar soluciones que pueda intentar con su amigo.
En este sentido, los rituales ayudan reforzando la validez de la creencia detrás del cambio: una piedrita, una pulsera, un saludo especial pueden ser formas de reforzar el compromiso de una amistad.
En la filosofía oriental dicen “el hombre sabio vive haciendo, y no pensando en hacer, y aun menos pensando en lo que pensará cuándo habrá acabado de hacer”.
Resumiendo, un diálogo estratégico que lleve por buen camino la relación tendría un esquema similar a este:
- Preguntar
- Parafrasear las respuestas
- Utilizar imágenes evocadoras
- Resumir parafraseando
- Orientar hacia la acción
Buscamos, centrándonos en el presente, comprender los mecanismos disfuncionales de la relación y las creencias que perpetúan los problemas, en un ambiente de respeto, tolerancia y libre de juicios. El beneficio es mutuo: cuánto más bien haga al otro, más el otro me hará estar bien a mi.
Finalmente, Jean Paul Sartre recordándonos su filosofía existencialista, alguna vez dijo: “No hacemos lo que queremos y, sin embargo, somos responsables de lo que hacemos”. No somos víctimas, sino dueños de nuestras relaciones. Sabiendo el poder del lenguaje, podremos adueñarnos de él y usarlo constructivamente.